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Ocurrió que cierta Semana Santa, en los primeros días de ese tiempo en el que los sevillanos vivimos y recordamos a nuestra manera la pasión, muerte y resurrección de Jesús, rondaban por mi cabeza ciertas cuestiones teológicas de difícil comprensión, misterios inalcanzables a la capacidad humana para razonar y diversas ideas abstractas sobre lo que realmente estábamos celebrando y celebramos cada año al llegar la primavera. Sin faltar en ningún momento la Fe que mis padres supieron transmitirme desde pequeño, me preguntaba, viendo una hermandad del Lunes Santo, en qué creía toda esa multitud que esperaba impaciente a ver los pasos, qué motivo tenían aquellos nazarenos para venir desde tan lejos formando una interminable fila con un cirio o una cruz en la mano, o por qué hacían ese esfuerzo tan grande los costaleros que venían debajo de los pasos.
Ocurrió que cierta Semana Santa, en los primeros días de ese tiempo en el que los sevillanos vivimos y recordamos a nuestra manera la pasión, muerte y resurrección de Jesús, rondaban por mi cabeza ciertas cuestiones teológicas de difícil comprensión, misterios inalcanzables a la capacidad humana para razonar y diversas ideas abstractas sobre lo que realmente estábamos celebrando y celebramos cada año al llegar la primavera. Sin faltar en ningún momento la Fe que mis padres supieron transmitirme desde pequeño, me preguntaba, viendo una hermandad del Lunes Santo, en qué creía toda esa multitud que esperaba impaciente a ver los pasos, qué motivo tenían aquellos nazarenos para venir desde tan lejos formando una interminable fila con un cirio o una cruz en la mano, o por qué hacían ese esfuerzo tan grande los costaleros que venían debajo de los pasos.
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Imbuido en esos pensamientos alcancé a ver los ciriales en la esquina, y un inconfundible olor a incienso unido a los sones de las cornetas y los tambores me anunciaron que el Cristo se estaba acercando. Mirando a las últimas parejas de nazarenos del tramo pensé que quizá él me pudiera responder a aquellas preguntas. Cuando giré, mi cara quedó enfrentada con el rostro de un Cautivo de cara ensangrentada que parecía querer hablarme. No le hizo falta, pues algo me dijeron sus ojos, que miré hacia atrás y estaba la respuesta ante mi.Al lado del paso, tan pegada a la manigueta trasera que casi la rozaba, vi una cara enrojecida, sucia, llena de lágrimas. Más atrás, en segunda fila, observé unas manos que pasaban una y otra vez la cuenta de un rosario.
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Al otro lado de la fila, me fijé en unos pies cansados dentro de unas alpargatas viejas y gastadas. Más al fondo encontré unos labios que no dejaban de moverse, rezando oraciones sin parar. Eché un vistazo general y pude comprobar decenas de lágrimas, de pies cansados, de oraciones y súplicas, en un mar de personas que seguían al Cristo vivo por las calles de la ciudad. Era una legión de devotos, un barrio entero que acompaña cada año a Jesús Cautivo en una demostración de una Fe inigualable, portentosa y sublime. Ya me lo había avisado mi acompañante aquella tarde: “El Tiro de Línea no deja a su Cristo solo, viene detrás enterito”. La Fe de un barrio que da su testimonio a toda Sevilla cada Lunes Santo, sin pretensiones ni alharacas.
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Aquel Lunes Santo comprendí que todos los vecinos forman una sola unidad en la trinidad barrio-parroquia-hermandad de Santa Genoveva, como así lo entendió el recordado sacerdote don Antonio. Detrás del paso venía un solo cuerpo, caminando hacia la Cruz acompañando al Cautivo. Y en sus caras preocupadas pero orgullosas, y bañadas e iluminadas por la esperanza, acerté a entender que iban pidiendo porque el niño saliera del paro, porque el abuelo se curara de su enfermedad y porque pudieran llegar a fin de mes en esta maldita época en que muchas familias ni siquiera tienen para comer. En el murmullo de la bulla, y cuando ya el paso se alejaba, oí a una mujer decir mientras miraba al cielo: “Cautivo vas por nosotros, por los que ya no están, y por un mundo mejor”. Aquellos “héroes”, aquellos “locos” que venían detrás de un Cristo Cautivo, llevan 50 años mostrando a Sevilla el sentido más hondo de la devoción de un pueblo.
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En mi reflexión pensé que, al igual que en Santa Genoveva, en el Cerro del Águila se confunde el barrio con la parroquia y con la hermandad. Y no me equivoqué al afirmar que esa misma Fe es la que mueve al Cerro, que le reza al Cristo del Desamparo y Abandono y que le cuenta sus penas a la Virgen de los Dolores, la primera vecina de este barrio obrero y trabajador. Cada Martes Santo no es una sola hermandad la que sale a las calles, sino todo un barrio con sus penas, alegrías, problemas e ilusiones. Y en estas circunstancias, todo cobra una mayor emoción, aflorando los sentimientos más profundos. Y recordé cómo lo pude comprobar hace dos años, en la salida de la Cofradía, cuando empezó a llover. Me mojé con ellos y lloré con ellos, como un vecino más, y puedo asegurar que nunca viví tanta emoción, ni tanta devoción, ni tanta Fe.
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Al pasar el palio de las Mercedes me sentí satisfecho y reconocí el gran ejemplo que nos dan los barrios de nuestra ciudad. Sevillanos humildes que son la esencia de una devoción sustentada en el amor a un barrio y a una cofradía.
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Juan Ignacio Zoido
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