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Era un niño, cuando se quedaba después del colegio, en aquel campo de fútbol de Los Salesianos de Triana para ver ensayar la Cuadrilla de Costaleros de María Auxiliadora. El Capataz mandaba subir al Paso a los niños y los repartía uniformemente arriba en la parihuela para que el Costalero trabajara con kilos.
Ya de niño, sentía lo que era una "levantá", una "arriá", etc.... y lo que empezaba siendo una tarde distinta y diferente llena de risas infantiles, se iba convirtiendo cada día mas en una afición sin medidas. Los días pasaban y preguntaba cuando volvían los ensayos de Costaleros. Y allí estaba siempre. Esperando.
Cuando el Capataz se enfadaba y no subía los niños al Paso, aquel niño se quedaba mirando el ensayo en silencio y absorto de lo que estaba pasando. Escuchaba las palabras de aquellos Costaleros, la de los Capataces, los sonidos, la visión, el sentimiento.... y sin darse cuenta, un día tras otro, iba absorbiendo todos los detalles de aquellos hombres que empezaban a ser sus primeros héroes.
Ese niño no miraba "parriba", le gustaba seguir con la vista las zapatillas de los Costaleros, la contemplación de todo lo de "abajo".
Se iba metiendo en sus venas el sacro veneno costaleril y ya no saldría nunca más de su vida.
Y así todos los ensayos hasta que llegaba el día. El 24 de mayo, día que María Auxiliadora de Triana sale al encuentro de sus devotos. Y cuando La "Sentaita" estaba en la calle, el niño se aferraba a la delantera del Paso, y de allí, no se movía en todo el recorrido. Siempre mirando "pabajo", era lo que le gustaba, lo que sentía, le gustaba escuchar las "llamá" de los Capataces, lo que iban hablando los Costaleros. Cuando el Paso se paraba, se agachaba y buscaba las miradas de sus héroes, los sonidos de las trabajaderas, todo lo que allí pasaba.
Cuando ese niño veía y reconocía durante el año a esos Costaleros por la calle o en el Colegio, los veía como seres superiores, y es ahí, cuando empezó a sentir y a percibir, que quería ser como ellos cuando fuera grande. Empezaba a contar las fechas del año en función de las Cofradías, cuanto faltaba para la Semana Santa. Y todo lo vinculaba y lo añoraba a ello.
Su madre siempre tuvo las sillas en la Avenida, y ya cada año era mas fuerte su empeño, su sueño y su ilusión en llegar a ser como aquellos hombres de costal y faja.
Se marchaba siendo pequeño a recibir los Pasos en la entrada de la Avenida, recién salidos de los palcos, y los acompañaba delante todo lo que podía hasta que llegaba su madre o su hermano y se lo llevaban. Mas de una vez ese niño se perdía entre el gentío y la bulla, y le ofreció grandes sustos a su madre.
En aquellas "chicotás" por la Avenida delante de los Pasos era feliz. Metía la cabeza por entre los hombres adultos para ver los pies de los Costaleros, eran su bendita obsesión, los Costaleros. Rogaba a los cielos que tocaran alguna marcha y le cogiera allí delante del Paso. Eran sus personajes soñados e idolatrados. Cuando el Paso bajaba le gustaba ponerse al lado del Capataz y escuchar su voz. Miraba por entre los respiraderos y sentía que era su universo soñado algún día.
Los contemplaba con respeto y admiración.
(Continuará...)
Ya de niño, sentía lo que era una "levantá", una "arriá", etc.... y lo que empezaba siendo una tarde distinta y diferente llena de risas infantiles, se iba convirtiendo cada día mas en una afición sin medidas. Los días pasaban y preguntaba cuando volvían los ensayos de Costaleros. Y allí estaba siempre. Esperando.
Cuando el Capataz se enfadaba y no subía los niños al Paso, aquel niño se quedaba mirando el ensayo en silencio y absorto de lo que estaba pasando. Escuchaba las palabras de aquellos Costaleros, la de los Capataces, los sonidos, la visión, el sentimiento.... y sin darse cuenta, un día tras otro, iba absorbiendo todos los detalles de aquellos hombres que empezaban a ser sus primeros héroes.
Ese niño no miraba "parriba", le gustaba seguir con la vista las zapatillas de los Costaleros, la contemplación de todo lo de "abajo".
Se iba metiendo en sus venas el sacro veneno costaleril y ya no saldría nunca más de su vida.
Y así todos los ensayos hasta que llegaba el día. El 24 de mayo, día que María Auxiliadora de Triana sale al encuentro de sus devotos. Y cuando La "Sentaita" estaba en la calle, el niño se aferraba a la delantera del Paso, y de allí, no se movía en todo el recorrido. Siempre mirando "pabajo", era lo que le gustaba, lo que sentía, le gustaba escuchar las "llamá" de los Capataces, lo que iban hablando los Costaleros. Cuando el Paso se paraba, se agachaba y buscaba las miradas de sus héroes, los sonidos de las trabajaderas, todo lo que allí pasaba.
Cuando ese niño veía y reconocía durante el año a esos Costaleros por la calle o en el Colegio, los veía como seres superiores, y es ahí, cuando empezó a sentir y a percibir, que quería ser como ellos cuando fuera grande. Empezaba a contar las fechas del año en función de las Cofradías, cuanto faltaba para la Semana Santa. Y todo lo vinculaba y lo añoraba a ello.
Su madre siempre tuvo las sillas en la Avenida, y ya cada año era mas fuerte su empeño, su sueño y su ilusión en llegar a ser como aquellos hombres de costal y faja.
Se marchaba siendo pequeño a recibir los Pasos en la entrada de la Avenida, recién salidos de los palcos, y los acompañaba delante todo lo que podía hasta que llegaba su madre o su hermano y se lo llevaban. Mas de una vez ese niño se perdía entre el gentío y la bulla, y le ofreció grandes sustos a su madre.
En aquellas "chicotás" por la Avenida delante de los Pasos era feliz. Metía la cabeza por entre los hombres adultos para ver los pies de los Costaleros, eran su bendita obsesión, los Costaleros. Rogaba a los cielos que tocaran alguna marcha y le cogiera allí delante del Paso. Eran sus personajes soñados e idolatrados. Cuando el Paso bajaba le gustaba ponerse al lado del Capataz y escuchar su voz. Miraba por entre los respiraderos y sentía que era su universo soñado algún día.
Los contemplaba con respeto y admiración.
(Continuará...)
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